Patricio Pron y la página de los mil ‘había’

Cuando Patricio Pron ganó el Premio Alfaguara de Novela 2019 por su novela Mañana tendremos otros nombres, después de unos meses, la obra fue publicada, como es usual. Lo poco usual fue que, en cuestión de semanas, en los rincones de las redes sociales y entre los que se dicen entendidos en ortografía y redacción, apareció un vendaval de indignación porque la primera página de la novela ganadora del premio más prestigioso de literatura en lengua española tenía en su primera página, ¡en su primer párrafo! una falta horrenda y aborrecida que consistía en que tenía muchas veces la palabra “había”.

Sé que ya pasó mucho tiempo, pero hoy, 3 de diciembre de 2020, me topé con publicaciones hechas ayer o antier sobre este mismo tema. Incluso personas que se dedican a la edición de libros —pero que al parecer no han leído la novela—, se mostraban pasmados: no podían creer que en una página se hubieran señalado tantas repeticiones de una palabra. Lo dudaban. Pero la página sí está así. Sí; aparece así.

En YouTube hay un sinfín de videos de gente más o menos enterada de temas sobre Literatura, otros que por haber leído todo Harry Potter ya sienten que saben de literatura y se lanzan con sus jitomates; también están los BookTubers, que pueden ser sobrios y abiertos, o desentendidos por completo de lo que es la redacción y la técnica de escritura, o algunos ¡adultos! que dicen cualquier disparate que se les ocurre —como aquella que dice que Cien años de soledad es una porquería de novela porque promueve las relaciones sexuales incestuosas y la magia negra, o aquél que dijo que odió Los hermanos Karamázov porque tiene demasiadas digresiones filosóficas y reflexiones que no servían para nada, olvidando que esos eran los propios parlamentos de los personajes—.

Personas que señalan como error lo que no es. De todos los niveles de involucramiento con la literatura: desde el más desterrado hasta quien, por su oficio, se da por muy enterado.

Para todos, aquí mi explicación por si les interesa:

En literatura, el cuidado y pulimento de un texto debe estar —por supuesto, nadie lo niega— en armonía con las convenciones gramaticales relativamente básicas y los usos más o menos aceptados por dichas convenciones, pero no son sus esclavos serviles ni se apegan con la exactitud del lenguaje científico o con la parquedad y especificidad de los textos expositivos o con el cuidado léxico-semántico de los textos sobre leyes y jurisprudencia.

Ni siquiera se someten a las convenciones del lenguaje periodístico, que es de donde viene la norma de no utilizar un mismo vocablo más de una vez en un párrafo. Esa norma fue creada —insisto, en el ámbito del periodismo— para dar fluidez a la narración y exposición de las notas y las ideas (por ejemplo de los subgéneros como la opinión y el editorial) y con la intención de impulsar el enriquecimiento léxico de las masas.

Pero aún en el mismo ámbito periodístico a veces es imposible seguir esa norma a rajatabla porque de pronto la complejidad expositiva exige párrafos más o menos elaborados, con oraciones subordinadas y yuxtapuestas sin las cuales la idea o lo narrado sería más difícil comprender; y en muchas de esas ocasiones, el apego intransigente a la “regla” (va entre comillas porque no es una regla gramatical, sino un recurso de adecuación textual) obliga un desfile absurdo de sinónimos o de plano a circunlocuciones que parecen más atavismos o acertijos. Y entonces sale peor el remedio que la enfermedad: el texto se vuelve intrincado, falto de naturalidad y afectado.

Antes de volver a la literatura, hay que aclarar que los verbos que aparecen en la primera página de Mañana tendremos otros nombres no son había sueltos, sino que son los verbos en una conjugación perifrástica (o sea, que usan dos palabras: el auxiliar haber + la forma de participio), por lo que no se deben contabilizar como 15 o 20 había, sino: había ido, habían caído, había arrancado, había llevado, etc.

¿Por qué es importante esto? Porque esa conjugación perifrástica corresponde al tiempo que en la nomenclatura gramatical de Andrés Bello llamamos antecopretérito. Ese nombre no nos dice mucho, pero sí el que le da la nomenclatura tradicional de la Academia: se llama pretérito pluscuamperfecto.

Las oraciones cuyo núcleo del predicado está en pluscuamperfecto casi siempre conviven como coordinadas, subordinadas o yuxtapuestas con oraciones de pretérito perfecto —o sea pasado simple (amé) y antepresente (he amado)— o de imperfecto (amaba), puesto que las acciones del pasado también pueden haber ocurrido unas antes que otras. Y ahí queda explicada la corrección gramatical de la primera página del libro de Pron, para ejemplo:

«Ella se había llevado sus libros cuando Él estaba fuera pese a que le había pedido…» (aquí el ‘estaba’ es un imperfecto o copretérito)

Ahí está perfectamente bien empleada —y esta sí es una regla gramatical— la consecución de los tiempos (consecutio temporum), es decir, la corrección a la hora de fijar las acciones en su propio momento, aunque todas estén en el pasado.

Todos los había… de la página son pluscuamperfectos que expresan acciones previas a las expresadas en los otros verbos pretéritos, sean perfectos o imperfectos.

En lo que a corrección gramatical se refiere, la página es impecable.

Pero además, ese párrafo no es uno normal: es un enorme párrafo que comienza en la página ya mencionada, cuando arranca la historia, y termina cuatro páginas después, porque todo ese capítulo está compuesto por un solo párrafo, largo y sobrecargado de oralidad y acumulación. Ese recurso de escribirlo todo en un solo párrafo no es ni por asomo un error: es una decisión literaria. La han usado luminarias como Saramago, Welsh, Ibargüengoitia, Fuentes, y muchos otros .

Ahora volvamos a la acumulación de había… había… A varios les suena cacofónico. ¿Por qué? Porque el apego irracional a la norma del periodismo nos ha alejado de usos literarios, donde existen licencias, figuras de pensamiento y también figuras de dicción, como aquellas que derivan de imitar la musicalidad de la poesía, aplicándolas a la prosa.

Por ejemplo, la anáfora (comienzos de frases que suenan igual o parecido) y la similicadencia (rimas, pero en prosa). Basta con leer la página en voz alta para darse cuenta de que estamos leyendo un lamento musicalizado con anáforas y con similicadencias, y a cada rato nos suena un -ía, no sólo de los había, sino de podía, quería, etc., y había ____-ado o había ____-ido.

La novela, sin ser lo mejor que haya escrito Pron, —aquí pueden leer mi reseña—. está muy pulida, porque una vez que en la primera página nos presumió que va a contarnos algo que ocurrió en el pasado y que lo hará conjugando en varios niveles de pasado (pretéritos), sabe que se ha comprometido a seguir haciéndolo, y los matices deberán ser muy sutiles. Y cuidar esos aspectos en la narrativa no es cualquier cosa. Fue una decisión literaria, de estilo, es gramaticalmente correcto y es perfectamente válido. Que nos suene feo por no estar acostumbrados a diversos estilos de la literatura no significa que esté lleno de errores.

Con esto, espero haber dado paz a las atormentadas almas que se rasgan las vestiduras cuando ven una misma palabra repetida dos o hasta tres veces en un mismo párrafo. Se llama literatura. No muerde y es grandiosa.

¿Qué es «tener educación»?

Recientemente surgió una oleada de críticas a las personas que no cumplen las medidas sanitarias que las autoridades han decretado. Se acusa a esas personas desobedientes de no tener educación.

¿A qué nos referimos con eso de «tener educación»?

Las palabras son como los billetes y las monedas. A veces somos conscientes de lo que valen, de lo que cuestan, de su valor material absoluto —papel, metal— y del trabajo puesto en ellas —el arte, el grabado, el control de calidad y su numeración—. A veces sabemos lo que representan, lo que arrastran, lo que llevan.

Y a veces, por desgracia, no sabemos ni nos importa nada de eso. Sólo nos fijamos en la denominación para calcular las equivalencias con las cosas que obtenemos a cambio de ellas.

He descubierto que los legos (es decir, quienes están fuera de este círculo de nerds obsesivos, otakus de las minucias lingüísticas) llegan a utilizar palabras con el significado que han pescado por su uso, y a veces ese significado está más que forzado como metido con calzador, o es un significado tan raquítico que se pierde toda la carga no sólo semántica, sino de intención y de implicación.

He notado que se habla mucho de la educación cuando se refiere a las normas de convivencia y etiqueta. Es cuestión de educación usar cubiertos para comer, no salir a la calle desnudo o con prendas íntimas, pedir las cosas diciendo «por favor» y decir «gracias». Curiosamente, esa «educación» casi nunca incluye la actitud adecuada para una petición (hay personas que gritan «¿me das permiso por favor?» como si te quisieran escupir, pero por usar esas frases ya «mostraron» que sí tienen «educación».

También le endilgamos a la «educación» cosas como taparse la boca para estornudar o toser, y cosas así de básicas hasta gestos que aunque no sean obligatorios son preferibles, como la puntualidad, la formalidad, la honestidad, la benevolencia (ceder el paso, el asiento, el turno, ayudar a las viejitas a cruzar la calle, etc.) Todo eso lo metemos en el saquito de la «educación».

Lo que estamos poniendo en esa bolsita que dice «educación» es un grupito de actitudes, fórmulas y pactos sociales más o menos generalizados en los que se te debe iniciar desde que eres pequeñito. Es esa guía que recibes de tus padres o de quienes cuidan de ti: tu niñera, tu abuela, tus educadoras, tus hermanos, tus tíos, la gente con la que todo el tiempo convives.

Se supone que una vez que te inician en ese juego social de la vida, tú te las puedes arreglar para ir haciéndote un lugar en ese mundo: la sociedad. Se espera que en cuanto tengas la capacidad para razonar y sopesar todas esas normas, las puedas interiorizar mediante un discurso moral, y las cuestiones, las reflexiones y finalmente las incorpores como propias en tu vivir. A eso le llamamos ya no sólo «educación» sino, tu propia escala de valores. Tu edificio ético que se sostiene por sí mismo en tu persona. Al ir fortaleciéndolo, será cada vez más inamovible, aunque muy seguramente irá cambiando con el tiempo, según las vivencias que tengas confirmen, desmientan o modifiquen los contenidos de tu ética.

El punto es que entre nosotros hay dos problemas: el primero es que nadie parece querer pasar de «ser una persona educada» a «ser una persona con convicciones éticas personales firmes, a las que se llegó por reflexión, experiencia y sabiduría». No. Sólo queremos que todos sean «educaditos», es decir, planos, silenciosos, no destacados, suaves, dóciles, maleables y obedientes. Los demás estadios de la configuración de la identidad en función del papel que se juega en la sociedad, eso no.

El otro problema es que no todos somos «educados» igual. Mientras a unos niños sus padres les dicen que deben respetar a las mujeres, aunque las mujeres se porten como si no desearan ese respeto, hay madres y padres que les dicen a todas las mujeres que su lugar es la cocina, que las mujeres no deben gritar ni hablar ni opinar sino sólo servir. Tienes ahí a dos niños «educados», pero de modo distinto. Para la niña crecida en un ambiente misógino, una persona que respete y defienda los derechos de la mujer le parecerá revoltosa, estridente, peligrosa y «sin educación» o «mal educada».

Mientras a mí mis padres me decían que lo más importante de la escuela era aprender, a muchos de mis compañeros les decían que debían llevar buenas calificaciones sin importar lo que tuvieran que hacer. Ahí se fijaban esas directrices, que por nunca pasar a través de la reflexión, nunca son valores éticos personales, sino una simple indicación impuesta. La gente que busca calificaciones de 10 siempre por esas razones, está «educada» de forma distinta que los que saben que la escuela se trata de aprender. Pero éstos últimos siempre se verán «mal educados».

Sé que parece que ahora hago la apología de los que no siguen las indicaciones de las autoridades. Y creo, por desgracia, que el origen del problema sí está en la educación. Te diré por qué. Muchas veces he visto cómo una madre que va con su hijo en la calle, si éste lleva una basura en la mano (esperando encontrar un basurero), ella le arrebata la basura y la tira en la calle. A veces hasta lo regaña por traer estúpidamente la basura en la mano y si la mujer está ya echada a andar, hasta lo golpea. No importa lo que haya aprendido en la escuela el niño, la madre lo está educando. Y él será un niño «educado» así.

Si esas etapas tan tempranas de nuestra formación ocurren en semejante nivel de precariedad ya no digamos moral sino apenas social, no hay programas escolares (aquí otra acepción de lo «educativo») que puedan nutrir la raíz muerta: no importa cuántos grados académicos se logren, el árbol torcido no se enderezará, y el constructo ético será pernicioso y frágil. Normalmente ese tipo de personas no están muy seguros de nada, pero imponen todo por la fuerza y hacen de la violencia la única forma de lidiar con los demás.

Bien dice el dicho que «el doctorado no quita lo tarado». Sin embargo, si la formación temprana fue buena, alentadora, bien nutrida, acertada y fomenta el respeto (creo que esta es la palabra que siempre están buscando cuando hablan de «no tienen educación»), la concordia y la sana convivencia, entonces los contenidos académicos suman más y más y hacen de las personas sólidos edificios éticos sobre los que la sociedad puede descansar.

Sólo entonces la «educación» (académica) cobra su dimensión de «educativa-formativa», porque antes fuiste preparado para aceptar, dar, recibir, respetar, responder, cuidar, vigilar, ser veraz, honrado, buena onda, pacífico, benevolente y no le tendrás miedo al conflicto cognitivo, porque sabes que te ayudará a conocer más, sea que se presente en la forma de alguien que piense distinto a ti, o de alguien que te impone normas que no puedes entender momentáneamente.

Ojalá me haya dado a entender un poquito.

6 de enero: la Navidad de las Mujeres

Cada 6 de enero el mundo cristiano celebra la fiesta de la Epifanía, o sea, la manifestación de Cristo al mundo de los gentiles, representados por los Reyes Magos, con cuya visita se hace coincidir esta conmemoración. Para algunos ritos, éste es el día de la Navidad.

Esa misma fecha, que daba fin a la temporada navideña en la Irlanda medieval se celebraba desde entonces la Nollaig na mBan o Navidad de las Mujeres o Little Christmas. Las mujeres tradicionalmente disfrutaban de un día de apapachos mientras los hombres hacían todas las tareas domésticas. Esta vieja tradición irlandesa tenía por intención reconocer y paliar el cansancio de madres y abuelas en el marco de las fiestas.

Tradicionalmente, el día de Navidad se celebraba con platos favoritos de hombres como carne de res y whiskey. Pero Nollaig na mBan está más asociado con las golosinas preferidas por las mujeres como el pastel, el té y el vino.

Aún en nuestra época, en estos días los maridos se las arreglan solos, ya que las festejadas disfrutan de un día de mimos en un spa interrumpido solamente por un almuerzo con Prosecco.

Nollaig na mBan Sona Daoibh (Feliz navidad de parte de todas las mujeres).

Información de Irish Medieval History.

Pastorela minúscula

De chiquita yo vivía en un pueblito del valle de Santa Edubiges que se llama Belén. Ai nunca pasaba nada, porque todos eran muy güenos. Trabajaban duuro en el día, y en las tardes se ponían a platicar y a tomar champurrado en las puertas di las casas. Toooodos se dormían bien tempranito. Los únicos quia veces trabajaban en la nochi eran los pastorcitos que gustaban de tener a sus ovejas hasta cansarse de ver las estrellas. Los visitantes queran muchos adoraban el lugar porque los mesones eran cálidos y hospeti… hospiti… hosp …güeno, eran rete-suaves, pues… En Belén siempre había juereños re contentos.
Pero un güen día se corrió el rumor ―sabe Dios di dónde saldría― de quialgo importante iba a pasar en Belén: dizque el niño Dios iba a nacer ai, y dizque Dios había escogido a Belén por ser el pueblecito más amigable de toda Santa Edubiges.
Todo Belén se preparó feliz para recibir al niño Dios, que dizquiba a nacer diunos pelegrinos, o sea de unos juereños, pues, di jueras.
Y y en la nochi, pus todos en Belén estaban retejetones, que se levantan los méndigos diablitos, y que se roban todas las cucharas de plata del pueblo, y que se largan.razada de adelita preñada, y que llegan diciendo queran unos tales María y José, quizque tenían qui descansar diun largo viaje. Y todavía doña Chonita les sirvió su champurrado pa que se durmieran rico,y y les puso el cuartito más chulo del mesón.
Y ya en la nochi pus todos en Belén estaban retejetones, que se levantan los méndigos diablitos, y que se roban todas las cucharas de plata del pueblo, y que se largan.
Cuando nos dimo cuenta todos se enojaron con la tal María y José y juraron que nunca los dejarían volver a entrar a Belén.
Y una desas noches, qui llegan unos pelegrinos di jueras pidiendo posada. Eran marido y mujer, y la probe traiba una panzota de que ya le andaba por nacer a suijo. Y que Chona les pregunta cómo se llamaban.
―María y José― que dicen.
―¡Váaamonos pajuera, par de mentirosos, embusteros, champurreros, cuchareros!― que los corre Chonita y ya nadie los queriba recebir. Pero la probe de veritas se veía malita y el bueno de Don Crisantemo que tenía un pesebre, que les pone un montoncito de paja y los dejó pasar la noche ai mentras sialiviaba la probe María.
Esa nochi yo andaba con mi apá Bolencio, quera pastor. Todos los pastorcitos andaban todavía en el campo con sus ovejitas. Estábanos viendo las estrellas, y que redepente que sempieza a hacer una lucezota grandota grandota, y cuando ya se me quitaron las lagañas, que veo una bola diángeles blancos cantando en el cielo.
―No teman ―dijeron― traemos nuevas de gran gozo: hoy ha nacido en Belén el niño Dios, que traerá al mundo la paz y la esperanza, sigan su estrella para llegar a donde está él y lo adoren.
Y es quen el cielo, la estrella que devisamos brillaba y brillaba, y que la seguimos hasta encontrar el pesebre de Don Crisantemo. Y ai que decimos que nos dejara ir a mirar al niño Dios, que los angelitos ya nos habían dicho que aquí acababa de nacer.
Y entonces, pasanos, y videnos a los pelegrinos, los verdaderos María y José, con su niñito acabadito de nacer, y dos güeyes le respiraban al bebé paque no re resfriara, y luego luego que se corre el chisme en todo Belén, y hasta Doña Chonita les vino a traer champurrado, y mientras todos llegaban a ver al niño Dios, que llegan unos reyes muy emperifollados de hartísimo lejos, quizque venían siguiendo la estrella del niño Dios, porque tenían que venir a saludarlo como rey, y le traiban regalos de rey: mucho oro porque es el adorno de los reyes, incienso del quiusan pa perjumar iglesias, y otra cosa que quién sabe qué sea, porque ya no alcancé a ver. Pero nos dijeron estos reyes emperifillados quel niño Dios iba a ser un rey más grande que todos, y que Belén sería recordada para siempre por haber sido la cuna del Niño Dios.

4 recomendaciones de lectura

Ahora puedo decir con orgullo que he logrado cumplir la meta que me propuse hace unos años de hacer lecturas de autores contemporáneos, de preferencia, obras recién publicadas.

Todo comenzó en la primavera de 2016, cuando leí un artículo con el explosivo título: “El boom latinoamericano fue una mafia: Alberto Fuguet”, que me llevó a leer su novela Sudor, que no solamente me contó en parodia una visión de Carlos Fuentes y su hijo, sino que me introdujo a una propuesta de literatura renovada y fresca, descarada y pop-rockera que me llevó a contactar al escritor chileno por mi propia iniciativa. Mi entusiasmo halló eco en el propio Fuguet y me permitió entrevistarlo sobre los temas tan controversiales que trabaja con maestría en su novela.

Aquí puedes leer mi entrevista a Alberto Fuguet publicada en la sección cultural del Excélsior, gracias a los contactos de Tomás Hidalgo, Marco Gonsen y el mismísimo Víctor Torres.

Ese mismo año leí una novela de Santiago Roncagliolo, el multigalardonado escritor peruano, Pudor, una pequeña novela publicada varios años atrás, que me ayudó a darme cuenta de que eso de poner a toda una familia como protagonista de una novela, aunque ésta resulte de una extensión moderada, no pierde vigencia.

Al final de 2017, en la 30 FIL de Guadalajara pude verlos a ambos y recopilé sus autógrafos.

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2017

El año pasado fue lleno de dificultades económicas, pero aun así me di la maña de asistir a talleres y frecuentar a gente de letras. Sus recomendaciones literarias marcaron mi camino de lecturas y aquí les comparto mis 5 favoritas. Un par de ellas no fueron publicadas este año, pero valió la pena descubrirlas, aún con un pequeño sesgo:

Retornamos como sombras
Paco Ignacio Taibo II

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En una de sus apasionantes conferencias, le preguntaron al propio Paco Taibo cuál era su favorita entre las novelas de su autoría. Contestó que en una ocasión esperando un vuelo en Europa no tenía nada que leer más que un ejemplar de esta obra. Dice que comenzó a leerla y le gustó. “Es un novelón. ¿Quién ya la leyó? ¿Tú ya? ¿Verdad que es un novelón?” La conseguí y eso de “novelón” se quedó corto: es una narración grandiosa, formidable, de aventuras al mismo tiempo que policiaca y con toques de fantasía. La trama: México en días de la Segunda Guerra Mundial: se ha detectado actividad de un grupo de soldados y agentes nazis estableciendo una secta secreta en la selva chiapaneca y haciendo algunos desmanes en las oficinas gubernamentales de la Ciudad de México. La historia se cuenta desde tres frentes: la de sus tres protagonistas: un periodista, un veterano de la revolución y un peculiar personaje mezcla de Rambo, Drácula y Calzóntzin.

 

El monstruo pentápodo
Liliana Blum

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Fue una magnífica recomendación de Martín Solares, que resumió el argumento así: En una escuela de natación, las madres de los niños se dan cuenta de que Raymundo, un hombre que está ahí siempre viendo la piscina no está con ningún niño. Justo cuando los esposos van a echarle montón por pervertido, la recepcionista sale en su defensa diciendo que él está ahí esperándola, pues sale con él. Ella es una enana que se enamora de un encantador Raymundo sin saber que él tiene una niña secuestrada en el sótano de su casa. Lo espeluznante es el modo en el que Liliana nos despliega la mente del perverso pedófilo.

 

La maravillosa vida breve de Óscar Wao
Junot Díaz

9788439720942

Esta fue una lectura de asignación en un curso magistralmente llevado por Alberto Acerete. Yo no conocía al dominicano ganador del Pullitzer por esta novela. Otra vez, es la historia de una familia dominicana transterrada en Nueva York, contada en los momentos de tres generaciones ―¿me sonó a Eleusis?, claro que sí, otra vez―, pero en un estilo ecléctico entre la intensidad de emociones extremas tan de la literatura estadounidense del siglo XX y la cultura pop, que avanza con paso firme en el terreno de la literatura, con un sabor incuestionablemente latinoamericano que ya no es el del realismo mágico.

 

Brújula
Mathias Énard

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Definitivamente, la novela reina de 2017 entre mis lecturas. Gracias a la confianza que Rolando Ramírez puso en mí, tuve la feliz oportunidad de comenzar a colaborar en la Revista Lee+ y la página MásCultura, de Gandhi. Su tino providencial lo hizo asignarme esta deliciosa aventura de amor sobre Oriente, la arqueología, la musicología europea, la poesía y el tiempo. Mi reseña salió recién en el número de febrero (pág. 24) que puedes consultar dando clic aquí.

Si quieres ver mis lecturas actuales, pendientes, o inconclusas, visita mi perfil en Goodreads.

Y tú, ¿qué estás leyendo? ¿Ya leíste estas obras? ¿Qué te parecen?

El fuego apocalíptico del llano en llamas

En El llano en llamas —la antología de ese autor que la mezquindad de su familia ha vuelto legalmente innombrable— casi todas las narraciones acontecen en una versión etérea del panorama desolado que dejó la Revolución Mexicana. El cuento que da nombre a la colección nos da la visión del Pichón, narrador en primera persona de su historia de vida, que termina reduciéndose a la que resulta de haber estado —tal vez sin pedirlo— involucrado en una de las bandas que brotaban por centenares y que, como se muestra en el cuento, muchas veces ni siquiera tienen una orientación ética, un norte ideológico y, mucho menos, un final que perseguir.

Después de las primeras refriegas que dejan abandonado al Pichón junto a unos cuantos compañeros, ellos comienzan a hacer su vida tratando de olvidar la masacre que presenciaron. Me parece ver atisbos simbólicos de la adolescencia, donde uno trata de sobreponerse a las cargas con las que se llena nuestra maleta de vida en los primeros años.

Pero entonces, cuando parecía ya no haber disturbios, llega Pedro Zamora nuevamente y los recluta para efectuar la quemazón de varios lugares.

La escena es una parodia inconfundible del fin del mundo formulada en los términos del Apocalipsis de San Juan:

Fue de mañanita, mientras nos ocupábamos en destazar una vaca, cuando oímos el pitido del cuerno. Venía de muy lejos, por el rumbo del Llano. Pasado un rato volvió a oírse. Era como el bramido de un toro: primero agudo, luego ronco, luego otra vez agudo. El eco lo alargaba más y más y lo traía aquí cerca, hasta que el ronroneo del río lo apagaba.

El fuego purificador que arrasará la tierra para limpiarla del mal no es otra cosa que la purificación que la Revolución ha intentado hacer del régimen. Esa Revolución es, precisamente, un fin del mundo, como lo fue la caída de Roma, la Revolución Francesa, la Rusa y, quizás también la insurrección Rumana de 1989:

Desde mucho antes de llegar a San Buenaventura nos dimos cuenta de que los ranchos estaban ardiendo. De las trojes de la hacienda se alzaba más alta la llamarada, como si estuviera quemándose un charco de aguarrás. Las chispas volaban y se hacían rosca en la oscuridad del cielo formando grandes nubes alumbradas. Seguimos caminando de frente, encandilados por la luminaria de San Buenaventura, como si algo nos dijera que nuestro trabajo era estar allí, para acabar con lo que quedara.

Eso, aunado al peregrinaje en el que cada parada del andar mistérico significa destrucción, saqueo, violación, rapto, van conformando el devenir del ἦθος (ethos) del soldado mercenario para quien nunca ha existido otra posibilidad.

La masa es, quizás, su única disculpa:

Los miramos pasar. Más atrás venían Pedro Zamora y mucha gente a caballo. Mucha más gente que nunca. Nos dio gusto… Daba gusto mirar aquella larga fila de hombres cruzando el Llano Grande otra vez, como en los tiempos buenos.

El enamoramiento narcisista reflejado en la figura de Pedro Zamora, mediante la cual el narrador confiesa (casi en un sentido religioso) su pertenencia a la banda, lo convierten en el individuo que casi ha perdido su capacidad para actuar por sí mismo.

Casi. Porque, ¿cómo es que de un ser tan repugnante pueda haber surgido un niño que, aunque el Pichón advierta la maldad en su mirada, su mujer le diga con la firmeza propia de una madre mexicana, que es gente buena?

Como el Pichón, todo el mundo se renueva con la llegada de un nuevo ser humano. Es posible que el nuevo Pichón esté marcado por el signo de su padre, o de la Revolución, o el simple signo de lo trágico, pero en él, al menos se tiene esperanza por un rato.

Cinco libros de autoayuda que SÍ leí y recomiendo

Hay tres tipos de lectores en la humanidad: los que piden recomendaciones de lectura, los que recomiendan lecturas y los que ni sugieren ni piden sugerencias.

Por lo general soy del último grupo. Sí escojo libros por su portada y por sus títulos. Tengo una fila enorme esperando y aún así sigo escogiendo nuevos. Lo que más leo es narrativa de ficción, aunque el ensayo filosófico, la psicología y la historia me apasionan también. (A veces sí suelto recomendaciones muy intensas, pero sólo a quienes me une una confianza máxima y que sé que podría de seguro atraparlos mi libro sugerido).

Pero tengo una suerte para que mis conocidos me recomienden títulos de superación personal, autoayuda y mindfulness. Si recibiera un peso por cada vez que me han recomendado Padre rico, padre pobre o Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva o Dios vuelve en una Harley o cualquiera de las magistrales obras de ese gurú pelón (no, no hablo del Profesor Xavier ni del Dalai Lama), ahora sería un millonario a lo grosero.

Pero vamos, no es que odie al género en sí, sino que es tan susceptible a la charlatanería y la información desechable que básicamente creo que no vale la pena invertir intelectualmente en esos métodos o manuales.

Sin embargo, aquí también hay joyas y curiosamente la Antigüedad ha producido los mejores libros de autoayuda. La literatura sapiencial hebrea contenida en los libros bíblicos de Proverbios, el Eclesiastés, el Eclesiástico y la Sabiduría de Salomón, entre otros, son ejemplos magníficos de la superación personal. En cuanto a la política tenemos El príncipe de Maquiavelo, y sobre las artes bélicas, no sólo el famoso tratado de Sun Zu, sino otro libro de Maquiavelo también titulado El arte de la guerra.

En todo ello podemos rastrear el mindfulness, los manuales de mejoramiento de la administración y los libros que dan claves sobre cómo obtener éxito en las empresas (las guerras modernas).

Además de esos, aquí están cinco de los libros de autoayuda que considero valiosos y muy provechosos. Considéralos, porque yo no ando por la vida recomendando estas lecturas.

1. Enchiridión o Manual de Epicteto

9788476516737-es-300Se trata de un manual (literalmente) tan lúcido y directo que creo que deberían enseñarle a los chicos en la preparatoria par que aprendan una étic fundamental, y no esas ñoñadas de Savater o de El mundo de Sofía. Cierto es que el estoicismo (o su versión cristiana) no gozan de mucha popularidad en la actualidad, pero nadie puede continuar siendo la misma persona después de leer sus párrafos, por ejemplo el que abre la obra:

Hay cosas que están bajo nuestro control y otras que no lo están. Bajo nuestro control se hallan las opiniones, las preferencias, los deseos, las aversiones y, en una palabra, todo lo que es inherente a nuestras acciones. Fuera de nuestro control está el cuerpo, las riquezas, la reputación, las autoridades y, en una palabra, todo lo que no es inherente a nuestras acciones… nadie podrá impedirte ni imponerte algo si consideras tuyo sólo lo que en verdad te pertenece y ajeno lo que en efecto es de otros.

2. Meditaciones

El emperador romano Marco Aurelio era un estudioso de la filosofía estoica, y también compuso un librito que era una plática consigo mismo. Chequen esta joya:5194M7pIqoL._SX303_BO1,204,203,200_

Hipócrates, después de haber curado muchas enfermedades, enfermó él también y murió. Los caldeos predijeron la muerte de muchos, y también a ellos les alcanzó el destino. Alejandro, Pompeyo y Cayo César [Calígula], después de haber arrasado hasta los cimientos tantas veces ciudades enteras y destrozado en orden de combate numerosas miríadas de jinetes e infantes, también ellos acabaron por perder la vida… ¿Qué significa esto? Te embarcaste, surcaste mares, atracaste: ¡desembarca! Si es para entrar en otra vida, tampoco allí está nada vacío de dioses; pero si es para encontrarte en la insensibilidad, cesarás de soportar fatigas y placeres y de estar al servicio de una envoltura tanto más ruin cuanto más superior es la parte subordinada: ésta es inteligencia y divinidad; aquélla, tierra y sangre mezclada con polvo.

3. Mientras escribo

mientras-escribo-stephen-kingComo ya es usual en libros y en películas, la traducción de este título es una oda a la chabacanería. No puedo creer que nadie en Plaza y Janés haya podido alzar la mano para decir que Acerca de escribir o Sobre la escritura no sólo serían traducciones más exactas del título, sino que además orientarían sobre el contenido del texto. Stephen King quizás no se haya dado cuenta de que lo que escribió fue un manual de autoayuda para aspirantes a escritores mediante la técnica perfeccionada de la conferencia TED, del storytelling seguida de la cartilla de principios, hábitos y disciplina que se deben desarrollar para ser escritores.

Incluye capítulos enteros dedicados a hablar del enamoramiento y el amor duradero, de cómo sobreponerse a estar muy cerca de la muerte, cómo administrar mejor los recursos y el tiempo, en testimonio y en principios. Todo para contarnos cómo se convirtió en el escritor prolífico de más prestigio en la literatura de horror.

4. Standing For Something

9780307559968Veinte años antes de que Trump iniciara su cruzada, Gordon B. Hinckley (líder de la iglesia mormona durante los años del cambio de siglo) le decía a los ciudadanos estadounidenses que debían «make America great again», pero sin el signo de exclamación enardecida y más en un sentido ético, moral y enfocado en el papel de la familia y el hogar. Con estadísticas, definiciones sencillas y esa claridad pragmática tan de los gringos, Hinckley expone diez valores éticos que han sido hechos a un lado en tiempos recientes y cuyo abandono es la raíz de muchos males sociales de su nación. Es un tratado tan ameno y atildado que a veces me asusta, y está lleno de anécdotas y, aunque una de las cosas que propugna es la reactivación de la fe, no es un libro proselitista ni dogmático, y mucho menos reduccionista ni ingenuo.

5. Guía para la vida de Bart Simpson

9788440648365Esta perla de autoayuda y superación personal está muy por encima de todas las demás, y especialmente de sus copias descaradas ambientadas en Phineas & Ferb y en muchas otras caricaturas.

La Guía para la vida que preparó Matt Groening y que dejó que Bart Simpson firmara sólo tiene un parangón en el mundo serio y pertenece a Hillary Putnam. Por lo demás, los dejo con un botón de muestra de este inigualable libro que no debe faltar en tu vida.

Para terminar, incluso yo he hecho mis pininos en escritura de autoayuda, como puedes ver dando clic aquí.029.jpg

Cinco libros que NO voy a leer [ni regalados]

Comencemos por enunciar esta verdad: no es posible leer todo lo que está publicado formalmente como libro, ya no hablemos de otro tipo de escritos.

Digámoslo de esta otra forma: nadie puede ver todas las series y películas que hay en Netflix.

Para una sociedad consumista al extremo, esa verdad es dolorosa y angustiante. En cierta forma es igual con los libros que uno tiene a su disposición y puede leer, pero que uno sabe que en realidad no podrá leer en su totalidad.

Pero además está esto: nadie quiere leer todos los libros que existen, tal como nadie quiere ver todo en Netflix, por muy sugerida que sea una serie, por muchos comerciales de esa película que aparezcan en tu perfil de Facebook (determinado por los algoritmos electrónicos que registran e interpretan tus gustos, porque, claro, lo que haces en internet es todo lo que haces, y no hay vida fuera de ello).

Sea porque el título no se antoja, porque una lectura previa de un autor no finca ilusiones para lecturas ulteriores de su obra o por esa sospecha repelente contra todo lo excesivamente popular, hay célebres o de alguna manera grandiosos que yo, al menos al día de hoy, no tengo la intención de leer. Aquí les pongo solamente cinco de esos.

Por supuesto, si me pagan por reseñarlos, puede que haga alguna excepción. Pero será eso: excepción.

1. It

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Este es uno de esos libros a los que les digo con dolor: Quiero, pero no va a pasar. No tengo tiempo ni recursos. No voy a comprar ese mamotreto al precio que lo dan. Y si me lo obsequiaran, aún lo pensaría, porque hay otros mamotretos en lista de espera. Además, no he visto la versión cinematográfica más reciente, y para verla, volvería a ver la primera versión nuevamente, y con ellas me daría por bien servido.

2. Diablo guardián

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Sé que el sexo vende. Y el crimen también. Para eso hay novela negra de plano. No me lo tomen a mal, admiro a Xavier Velasco, creo que es uno de esos grandes incomprendidos, pero encima de vivir rodeado de esos asuntos, pasar las narconalgadas (tan del cine de serie b) a literatura es equivalente a componer un corrido o una canción de El Haragán y Cía., por elevada y depurada que sea la técnica literaria. Preferiría ver la serie, y tampoco la voy a ver.

3. Cincuenta sombras de Grey

grey.jpgVi la primera peli. Me gusta la caída de ojos de Dakota Johnson, pero digamos que esa fue la parte corporal más erótica que vi en todo el largometraje. Sé que me dirán que el libro es muy distinto y que leyéndolo sí me voy a emocionar, pero, sinceramente, si quiero malviajarme eróticamente con un texto de calidad literaria que no sea Sade, prefiero a Henry Miller, que está en mi repisa de pendientes desde hace años con sus dos Trópicos y el Sexus. Hay piezas narrativas de mayor nivel (en lo amoroso y en lo literario) en El Gráfico y en el Metro. Además de que la traducción del título al español es la cosa más desafortunada de la historia literaria.

4. Cómo hacer cosas con palabras

austin.jpgClase de Lingüística en la maestría. La profesora nos anuncia la siguiente lectura: un libro maravilloso de John L. Austin que es como Saussure (no pos sí), pero mejor. En cuanto menciona el título, las compañeras se derriten en un orgasmo multitudinario de expresiones: «Oh, sí, ése, ése, es lo máximo», «Ay, Dios, Austin es precioso, es maravilloso», y otros espasmódicos brotes de admiración. Fue la última vez que me dejé llevar por la multitud: pagué mi juego de copias y al día siguiente las recibí.

Tres semanas después, cuando estábamos por comenzar a comentar la lectura, me levanté cargando mis copias, atravesé el salón en una parsimoniosa lentitud, me paré junto al basurero, arrojé las copias y las retaqué en el bote pisoteándolas, delante de mis compañeros y de la profesora. Me di por vencido. Pude con Aristóteles. Pude con Hegel, Schopenhauer y un poquito de Kant. Pude con Saussure, con Vigotski, Giraud, Taylor y con la semiología de Umberto Eco. Pude con Ciorán. ¡Con Henri Bergson, carajo! Pero a Austin que lo lea su abuela, a ver si aguanta las primeras 50 páginas que leí yo. Es un libro ininteligible, somnífero y pedante, aparte de intrascendente. Nel. No más.

5. Padre rico, padre pobre

Para los que conocen mi lado grinch contra los libros de autoayuda y mindfulness, sépanse que sí los leo y no sólo los disfruto, sino que les saco mucho provecho, y en este enlace pueden verlos. Pero algunos son a todas luces fraudes, como éste. Antes escribir, publicar y hacerse millonario, Robert Kiyosaky no era nadie. Nadie. Amasó su fortuna de la noche a la mañana por haber escrito este libro y venderlo en conferenciapadre-rico-padre-pobre-resena.jpgs que todo el mundo le pagaba como si hubiera descubierto el hilo negro del éxito financiero. Cualquiera diría que eso es grandioso, pero en realidad es un fiasco: el libro le dio la fortuna, y se supone que en él expone el modo en el que uno se hace rico. WTF?! Además sus consejos son exagerados, irreales y excesivamente riesgosos. Lo siento, no lo quiero leer. No lo puedo leer. No lo voy a leer.

El derrumbre del PAN

La elección que viene

Se viene la elección y, «haiga de ser como haiga de ser» (Meade, 2018, parafraseando a Calderón, 2007), ganará aquél a quien más mafias le permitan ganar. Si es Meade (yo lo pronuncio así, como meado, pero con e al final), las encuestas habrán valido sorbete pero nadie podrá comprobar nada porque aunque el INE nos hace manita de puerco moral diciéndonos que no nos atrevamos a desconfiar de nuestros familiares y vecinos, a la hora del centro de concentración computarizado de los votos no hay nada ni nadie que pueda observar en tiempo real e in situ que el sistema no se caiga convenientemente o no tenga diablito. Las elecciones están blindadas, metidas en una caja negra que nunca se abre a menos que el avión se estrelle, pero jamás con un vuelo que solamente tiene que aterrizar antes de tiempo. Si es AMLO, habrá sido porque al fin se le deja pasar llevando tras sí a las multitudes que representan el resentimiento social recién mutado en esperanza por la psicoterapia del amor y el perdón.

El resumen de esta introducción es: el triunfo se lo están peleando Meade y López. Nadie más.

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¿Y el PRD?

Apenas hace seis míseros años estaba peleándose con el PRI la presidencia. La diferencia fue apenas la suficiente para no dejar lugar a la duda, pero su papel fue protagónico. Ganó la capital del país y muchos estados.

¿Qué pasó? Básicamente dejó que la podredumbre le explotara en las manos y que aflorara no sólo la corrupción de sus miembros (eso hay en todos los partidos), sino su incongruencia ideológica con el partido, lo cual quedó muy en evidencia delante del electorado. El botón de muestra, Mancera. La popularidad del AMLO jefe de gobierno le alcanzó al PRD para poner a Ebrard y un sexenio después, aun para subir a Mancera a la sillita, perdonando a Marcelo de sus ilícitos mayúsculos.

¿Qué más quería el PRD? Ya tenía a la ciudad. Pues lo que pasó fue que Mancera sacó al prianista que todos llevamos dentro e hizo de la ciudad un terreno para convertirla toda en plaza comercial y departamentos de lujo. Para evitar el cuestionamiento, ensayó sus proyectos jurídicos convocando al Constituyente para la ciudad en el momento menos oportuno. Y lo logró. Pero costó caro.

El rescate suicida

Barrales entró al rescate, pero fue una misión suicida. Las tribus del PRD se disolvieron con una celeridad espantosa porque ocurrió una nueva diáspora basada en las verdaderas pretensiones anidadas en cada alma: la mayoría izquierdista siguió a López a su nueva aventura a la que nombró Regeneración Nacional (MoReNa); pero otros se fueron al PRI de donde nunca debieron salir, otros se reconciliaron con sus amigos panistas porque cada semana se veían en el club y ni modo de estar peleando todo el tiempo; y otros, sin ningún norte ideológico más que el hambre de poder, se recogieron en los nuevos con la esperanza de alcanzar un retazo con hueso en el panorama político.

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Escuálido y agonizante, el PRD, consciente de su desahucio, recurrió entonces al PAN. En realidad el asunto se debería relatar así: Sabiendo el colapso al que estaba destinado su vuelo, como buena sobrecargo, Alejandra le habló a Anaya bonito al oído: “tenemos una crisis en la cabina, y sabemos que usted ha pilotado avioncitos de control remoto”. El niño, ante tan apabullante seducción (la azafata y la propuesta) no lo dudó un instante y dijo sí, sin consultar ni con su madre.

Cómo había llegado Anaya ahí es cosa que ya se ha manoseado mucho en las redes, pero precisamente haber aceptado esta alianza fue la manifestación más contundente de que ambos partidos sabían que estaban en serio peligro, y no lo estaban ocultando más.

Condenado al derrumbe

Y ahí comenzó el derrumbe. Y fue estrepitoso. Pero de las dos partes de este perverso matrimonio, el PAN fue el que sacó lo peor. Y todos los panistas, miembros, militantes, simpatizantes y adherentes, todos saben que el partido se puso la soga (el lazo conyugal) al cuello con la mano de Anaya.

Pobres panistas. En verdad deben estar sufriendo mucho. Primero, un hampón que nada que ver con su partido se abrió camino hasta ponerse como candidato. Luego, sabiéndose muerto desde ese instante, se alió con la parte más podrida y desechada de lo que un día se atrevió a llamar izquierda, cuando era lo que más odiaba (ni siquiera el PPS en sus días de alianzas con el PRI daba tanta lástima), para repartirse la presidencia y la CDMX, creyendo que las idioteces de Mancera (panista de clóset, igual que Anaya priísta de clóset) no iban a pasarle factura al PRD en la ciudad.

O sea: un candidato espurio (nunca mejor dicho) atropellando a los panistas de conveniencia (de hace tres elecciones presidenciales) y dando el martillazo final en el ataúd de los panistas de cepa, originales, que mejor se fueron con Andrés con la hija de Maquío (qué nombres, caray, cuánta historia deshonrada), y encima juntando y revolviendo (revolcando, pues) a la feligresía panista con los tiangueros, chocotaxistas, locatarios, frentistas del campo, hippies de Coyoacán y acarreados de Iztapalapa.

“¡Vamos a ganar!”, estuvo diciendo el pollito de los lentes tiernos, el de la sonrisa inextingible, el que se tiñe de rojo cuando algo no le sale según sus fantasías. “¡Vamos a ganar!”, lo dice con esa mezcla de simulación de grito autoritario y convicción de arenga deportiva de monja de preparatoria del opus dei.

Ni siquiera llega a esa sonrisa etílica-cínica del marido de quien fue la predilecta del PAN, que tuvo que intentar su candidatura saliéndose del partido para siempre y para fracasar de modo al mismo tiempo ignominioso y espectacular.

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El PAN, que desde Fox apostó por los panistas de conveniencia, al fin tendría que pagar el precio por traicionarse a sí mismo. Diego Fernández de Cevallos, con su cerrazón y su descaro, con su mentalidad anticuada y sus aires de jefe, habría sido una opción más viable como candidato, y nunca entenderé por qué no se volvió a postular para presidente. No ha sido así y, al contrario, el partido ahora está fracturado, roto, desangelado, descolorido y su núcleo ideológico está en plena implosión. Así como vimos al PRD desgajarse en un sexenio, veremos al PAN tener sus hijitos históricos, especialmente en este sistema en el que pueden existir 20 partidos políticos a nivel nacional.

Pero por ahora, pobres panistas. Deben estar pasándolo muy mal.

¿Por qué estudié Letras Clásicas?

Abaratado como está todo por estos rumbos, yo sí me hago llamar filólogo: la filosofía me carga de mucha responsabilidad, la [tropical] filología que aprendí en mi carrera me da muchos permisos y me concede muchas libertades.

Lo que más me gusta de mi carrera es que definitivamente no es el centro de mi vida, ni la preocupación más grande de mi mente. Ni siquiera la docencia, que he ejercido desde que iba en cuarto semestre, se define en términos de mi licenciatura. Las letras clásicas (sí, así, con minúsculas) son el delicioso elíxir de mi vida: los clásicos son míos como lo fueron de los renacentistas. No son mi tierra prometida, sino la embarcación donde navego hacia mi Itaca, o mejor, desde mi Troya hacia Cartago y las playas de Italia. Son el incienso que perfuma mi encierro, el Apolo que ilumina mi razón y el Sileno que justifica mi embriaguez. Un día una profesora de Literatura Latina me quiso sermonear por mi “informalidad” y me habló de mis prioridades, y de que yo me debía en cuerpo y alma a mi carrera. La paré en seco y le dije que las Letras Clásicas eran mi carrera, pero de ningún modo definían mi vida. Mi vida es mucho más que Homero, Ovidio y Wilamowitz. En fin, Letras Clásicas (ahora sí, si quieres, con altas) es una religión iniciática ―¿les suenan los misterios eleusinos?―, no una carrera terminal (por mucho que haya doctorados y cátedras vitalicias).

Son mi Argos, mi nave en la que voy en pos del vellocino de oro.