Patricio Pron y la página de los mil ‘había’

Cuando Patricio Pron ganó el Premio Alfaguara de Novela 2019 por su novela Mañana tendremos otros nombres, después de unos meses, la obra fue publicada, como es usual. Lo poco usual fue que, en cuestión de semanas, en los rincones de las redes sociales y entre los que se dicen entendidos en ortografía y redacción, apareció un vendaval de indignación porque la primera página de la novela ganadora del premio más prestigioso de literatura en lengua española tenía en su primera página, ¡en su primer párrafo! una falta horrenda y aborrecida que consistía en que tenía muchas veces la palabra “había”.

Sé que ya pasó mucho tiempo, pero hoy, 3 de diciembre de 2020, me topé con publicaciones hechas ayer o antier sobre este mismo tema. Incluso personas que se dedican a la edición de libros —pero que al parecer no han leído la novela—, se mostraban pasmados: no podían creer que en una página se hubieran señalado tantas repeticiones de una palabra. Lo dudaban. Pero la página sí está así. Sí; aparece así.

En YouTube hay un sinfín de videos de gente más o menos enterada de temas sobre Literatura, otros que por haber leído todo Harry Potter ya sienten que saben de literatura y se lanzan con sus jitomates; también están los BookTubers, que pueden ser sobrios y abiertos, o desentendidos por completo de lo que es la redacción y la técnica de escritura, o algunos ¡adultos! que dicen cualquier disparate que se les ocurre —como aquella que dice que Cien años de soledad es una porquería de novela porque promueve las relaciones sexuales incestuosas y la magia negra, o aquél que dijo que odió Los hermanos Karamázov porque tiene demasiadas digresiones filosóficas y reflexiones que no servían para nada, olvidando que esos eran los propios parlamentos de los personajes—.

Personas que señalan como error lo que no es. De todos los niveles de involucramiento con la literatura: desde el más desterrado hasta quien, por su oficio, se da por muy enterado.

Para todos, aquí mi explicación por si les interesa:

En literatura, el cuidado y pulimento de un texto debe estar —por supuesto, nadie lo niega— en armonía con las convenciones gramaticales relativamente básicas y los usos más o menos aceptados por dichas convenciones, pero no son sus esclavos serviles ni se apegan con la exactitud del lenguaje científico o con la parquedad y especificidad de los textos expositivos o con el cuidado léxico-semántico de los textos sobre leyes y jurisprudencia.

Ni siquiera se someten a las convenciones del lenguaje periodístico, que es de donde viene la norma de no utilizar un mismo vocablo más de una vez en un párrafo. Esa norma fue creada —insisto, en el ámbito del periodismo— para dar fluidez a la narración y exposición de las notas y las ideas (por ejemplo de los subgéneros como la opinión y el editorial) y con la intención de impulsar el enriquecimiento léxico de las masas.

Pero aún en el mismo ámbito periodístico a veces es imposible seguir esa norma a rajatabla porque de pronto la complejidad expositiva exige párrafos más o menos elaborados, con oraciones subordinadas y yuxtapuestas sin las cuales la idea o lo narrado sería más difícil comprender; y en muchas de esas ocasiones, el apego intransigente a la “regla” (va entre comillas porque no es una regla gramatical, sino un recurso de adecuación textual) obliga un desfile absurdo de sinónimos o de plano a circunlocuciones que parecen más atavismos o acertijos. Y entonces sale peor el remedio que la enfermedad: el texto se vuelve intrincado, falto de naturalidad y afectado.

Antes de volver a la literatura, hay que aclarar que los verbos que aparecen en la primera página de Mañana tendremos otros nombres no son había sueltos, sino que son los verbos en una conjugación perifrástica (o sea, que usan dos palabras: el auxiliar haber + la forma de participio), por lo que no se deben contabilizar como 15 o 20 había, sino: había ido, habían caído, había arrancado, había llevado, etc.

¿Por qué es importante esto? Porque esa conjugación perifrástica corresponde al tiempo que en la nomenclatura gramatical de Andrés Bello llamamos antecopretérito. Ese nombre no nos dice mucho, pero sí el que le da la nomenclatura tradicional de la Academia: se llama pretérito pluscuamperfecto.

Las oraciones cuyo núcleo del predicado está en pluscuamperfecto casi siempre conviven como coordinadas, subordinadas o yuxtapuestas con oraciones de pretérito perfecto —o sea pasado simple (amé) y antepresente (he amado)— o de imperfecto (amaba), puesto que las acciones del pasado también pueden haber ocurrido unas antes que otras. Y ahí queda explicada la corrección gramatical de la primera página del libro de Pron, para ejemplo:

«Ella se había llevado sus libros cuando Él estaba fuera pese a que le había pedido…» (aquí el ‘estaba’ es un imperfecto o copretérito)

Ahí está perfectamente bien empleada —y esta sí es una regla gramatical— la consecución de los tiempos (consecutio temporum), es decir, la corrección a la hora de fijar las acciones en su propio momento, aunque todas estén en el pasado.

Todos los había… de la página son pluscuamperfectos que expresan acciones previas a las expresadas en los otros verbos pretéritos, sean perfectos o imperfectos.

En lo que a corrección gramatical se refiere, la página es impecable.

Pero además, ese párrafo no es uno normal: es un enorme párrafo que comienza en la página ya mencionada, cuando arranca la historia, y termina cuatro páginas después, porque todo ese capítulo está compuesto por un solo párrafo, largo y sobrecargado de oralidad y acumulación. Ese recurso de escribirlo todo en un solo párrafo no es ni por asomo un error: es una decisión literaria. La han usado luminarias como Saramago, Welsh, Ibargüengoitia, Fuentes, y muchos otros .

Ahora volvamos a la acumulación de había… había… A varios les suena cacofónico. ¿Por qué? Porque el apego irracional a la norma del periodismo nos ha alejado de usos literarios, donde existen licencias, figuras de pensamiento y también figuras de dicción, como aquellas que derivan de imitar la musicalidad de la poesía, aplicándolas a la prosa.

Por ejemplo, la anáfora (comienzos de frases que suenan igual o parecido) y la similicadencia (rimas, pero en prosa). Basta con leer la página en voz alta para darse cuenta de que estamos leyendo un lamento musicalizado con anáforas y con similicadencias, y a cada rato nos suena un -ía, no sólo de los había, sino de podía, quería, etc., y había ____-ado o había ____-ido.

La novela, sin ser lo mejor que haya escrito Pron, —aquí pueden leer mi reseña—. está muy pulida, porque una vez que en la primera página nos presumió que va a contarnos algo que ocurrió en el pasado y que lo hará conjugando en varios niveles de pasado (pretéritos), sabe que se ha comprometido a seguir haciéndolo, y los matices deberán ser muy sutiles. Y cuidar esos aspectos en la narrativa no es cualquier cosa. Fue una decisión literaria, de estilo, es gramaticalmente correcto y es perfectamente válido. Que nos suene feo por no estar acostumbrados a diversos estilos de la literatura no significa que esté lleno de errores.

Con esto, espero haber dado paz a las atormentadas almas que se rasgan las vestiduras cuando ven una misma palabra repetida dos o hasta tres veces en un mismo párrafo. Se llama literatura. No muerde y es grandiosa.